Cuando alguien comienza a estudiar música se produce un efecto muy curioso.
Uno piensa que le van a enseñar las destrezas necesarias para manejarse con un instrumento y hacer salir de él un montón de melodías, que le van a enseñar las notas musicales, los ritmos, y todo lo necesario para descifrar ese galimatías al que los músicos llamamos partitura, que antes o después, conseguirá coger ese instrumento y una partitura, y podrá interpretarla y hacer música.
Y el que piensa así tiene razón: en un aprendizaje musical eso es lo que acaba pasando, lo que ocurre es que el aprendizaje de la música viene con una serie de extras incluidos que ni siquiera sospechamos cuando comenzamos nuestra andadura musical.
Últimamente se han desarrollado estudios científicos en los que se ha comprobado algo que los músicos sospechábamos hace tiempo: la cantidad de beneficios que tiene para el cerebro y el desarrollo cognitivo el estudio de la música. Os pongo algunos ejemplos:
El desarrollo del oído asociado al estudio musical favorece el aprendizaje de un segundo idioma.
El estudio de una partitura hace que se desarrollen nuestras capacidades de análisis, síntesis, comprensión y expresión.
Las habilidades que adquirimos al aprender a tocar un instrumento favorecen el desarrollo de nuestra psicomotricidad.
Aprender música hace que se desarrollen las áreas del cerebro relacionadas con las matemáticas, la lengua y la lectura.
El aprendizaje instrumental está directamente relacionado con el desarrollo de la inteligencia espacial.
El aprendizaje e interiorización del ritmo se relacionan con el desarrollo del sentido de la medida.
El hecho de tocar en público es una experiencia global que fortalece la autoestima.
El resultado obtenido tras varias sesiones de estudio nos hacen apreciar el valor del esfuerzo a largo plazo, reforzando nuestra voluntad.
La interpretación musical y su relación directa con los sentimientos hace que nos desarrollemos emocionante.